REAL E ILUSTRE COFRADÍA DE LA SANTA Y VERA CRUZ
Nacida
bajo los auspicios de la Comunidad Franciscana, guardiana
del Convento de San Francisco el Real Extramuros de
la Ciudad de Cáceres.
Las más antiguas Ordenanzas de esta Cofradía que se conocen son las formadas el día 3 de mayo de 1521, por la llamada vulgarmente Cofradía de la Vera Cruz, frase que puede considerarse como prueba de que ya existía, aunque no estemos en condiciones de asegurar, con tan endeble argumento, si existían otras regias anteriores o hasta entonces se habían seguido otras consuetudinarias.
Fue la primera y única cofradía “ de sangre”, disciplinantes, existente en Cáceres. En la época de su fundación, la cofradía contaba con veinticinco caballeros, portadores de hachas, y treinta y cinco disciplinantes. Entre los primeros, se encontraban los apellidos más ilustres de la Villa, sin que faltase inscrito en ella un nombre, que pocos años después tuvo un destacado papel en América, es el caso de Álvarez Holguín , sobresaliente paladín de Francisco Pizarro; o Francisco de Paredes, quien es sus días juveniles había sido paje de Isabel la Católica.
Por su parte, el pueblo llano (tejedores, zapateros, tundidores, hortelanos, zurradores y, hasta el cantero Diego de Roa) engrosaba el grupo de los Disciplinantes.
Álvaro de Paredes deja para gastos de cera y otras cosas, el remanente de su fortuna.
En aquellos años del siglo XVI, en la tarde del Jueves Santo, todos los cofrades concurrían a San Francisco, sin armas de ninguna clase, confesados, jurando ante el mayordomo y uno de los cuatro alcaldes, hallarse perdonados y contritos. Llevaban preparadas sus disciplinas y sus cuerpos despojados, cubiertas sus caras y exentos de cualquier signo por donde pudiera identificárselas. Todos debían asistir a la procesión, excepto los que, por enfermedad o por encontrarse a más de tres leguas de Cáceres, estaban imposibilitados para hacerlo.
Con sumo orden la procesión salía de San Francisco, iniciándose el cortejo con la Cruz, alumbrada por sendos hachones, portados por muchachos que cantaban, seis frailes ordenaban el cortejo que seguramente por la calle de Fuentenueva, marchaban hacia San Mateo, donde se rezaba de rodillas un Padrenuestro ante el Santísimo. Continuando por la actual cuesta de la Compañía, se llegaba al templo de Santa María, donde se procedía de igual modo. Por la de Tiendas y la cuesta del Maestre se alcanzaba Santiago, donde se procedía de igual forma, para, marchando por las calles de Godoy, Zapaterías, Plaza Mayor y Pintores llegar a la de San Juan donde se repetía idéntico acto. Este recorrido se mantuvo durante siglos, hasta el punto que llegaron a conocerlo nuestros padres.
Cuando la Procesión de los Disciplinantes retornaba al Convento de San Francisco, el mayordomo tenía preparadas esponjas y toallas para lavar las heridas, huellas de las disciplinas sobre las espaldas de los disciplinantes.
También tenía dispuesto queso y otras viandas con las que se ofrecía un ágape, previsto en las Ordenanzas, aunque esta colación fue suprimida desde los primeros momentos, así en el acuerdo tomado el 27 de marzo de 1523 se pospone hasta que la cofradía tenga tanta renta para ello y para los gastos que tiene.
En 1528, ante el subterfugio de no pocos, que se marchaban de la población durante los días de Semana Santa, para no disciplinarse, se amplió la distancia mínima exigida, para justificar la inasistencia a aquella procesión.
En el reinado siguiente, el de Felipe II, las cofradías adquieren nueva pujanza, llegando unas a invadir el campo de las otras, como ocurrió en la disputa mantenida por la Cofradía de la Vera Cruz y la de la Misericordia, en lo tocante a los entierros de los ajusticiados que el día 12 de junio de 1569, para quitar pleitos y diferencias entre ambas dos cofradías, se realiza una concordia, pues alegaba la de la Misericordia desde mil cuatrocientos noventa y siete años acá y muchos días antes había venido realizando la inhumación, honras fúnebres y sufragios de los ajusticiados, cuyos restos mortales les eran concedidos, previa solicitud a la Justicia, siempre que los ajusticiados no fuesen reducidos a cuartos o se ordenase que debían permanecer en el rollo. La concordia fue firmada por Diego de Castaneda como mayordomo de la Vera Cruz y Bias Sánchez de la Misericordia conviniendo que: cuando se ejecutase algún reo, ambas cofradías lo acompañarían, desde la cárcel hasta el rollo o palo. Con el Cristo de la Cofradía de la Misericordia al frente, acompañado por cofrades con hachas (dos de cada una de las citadas hermandades), se formaría el trágico cortejo. Aquellos cofrades, previamente, habrían pedido por calles y caminos. El caudal obtenido se dividiría por partes iguales para gastos de entierro y exequias, y, la otra mitad, para sufragios. En caudal obtenido se dividiría por partes iguales para gastos de sus restos en el rollo o palo, el dinero lo tomarían por mitades cada una de las cofradías postulantes para dedicarlo a sufragios por el alma del ajusticiado.
Bien por la intervención de personas de autoridad y prestigio, bien porque el buen sentido se impuso entre los responsables de esta Cofradía y la de la Misericordia, se llegó a un acuerdo amistoso, para realizar, durante treinta días, el planteamiento de un nuevo pleito, sobre asistencia a los ajusticiados.
El día cuatro de febrero de 1590 se designaron por los de la Misericordia sus representantes que al día siguiente llegaron a este acuerdo: La limosna obtenida se aplicaría a los gastos de sepultura y mortaja y lo que sobrase se repartiría por igual entre ambas hermandades. Exigiendo los de la Misericordia, como condición, que no asistiesen los de la Cruz a las exequias, ni fueran obligados a ello, pues sólo debían asistir los de tal cofradía y, si fuera necesario comprar alguna ropa para el reo, se pagaría entre ambas hermandades.
Se entró en conflicto con la del Cristo de Santa María, por lo que se refiere a celebrar la Fiesta de la Invención de la Cruz, pues la de la Vera Cruz reclamaba la exclusiva en Cáceres de tal festividad. La sentencia dada por el juez provisor (Coria 23 de diciembre de 1625 ) era favorable a que dicha cofradía celebrase tal fiesta. La sentencia fue recurrida por el mayordomo de la Vera Cruz, Francisco Jiménez Ojalvo, ante el Juez Metropolitano que dictó otra (Salamanca, 25 de mayo de 1626), estableciendo una sola Fiesta el 3 de Mayo, a organizar por la Vera Cruz, en el Monasterio de San Francisco.
Pese a las muchas circunstancias difíciles que en el devenir de los tiempos habían incidido sobre esta Cofradía, los siglos XVII ( en particular su ultimo cuarto) y XIX fueron especialmente duros para todas las cofradías, y en particular para la que nos ocupa.
Primero fueron las leyes dictadas por Carlos III, inspiradas por su ministro Floridablanca, dentro del paquete de reformas que presentó ante el Rey, se incluía la supresión de las procesiones de disciplinantes, que constituían la razón de ser y desde la fundación de ella, como de sus homónimas, principal manifestación de sus cultos externos.
El establecimiento en Cáceres, en abril de 1791, de la Real Audiencia de Extremadura, supuso la llegada de un estamento funcionaria¡ novedoso en la población, cuya presencia se manifestó en las relaciones de hermanos de nuestras cofradías ; así, en la que nos ocupa, tomaron carta de hermano, don Pedro Neyra Dávila, escribano de Cámara de lo civil y su esposa.
Después, y apenas superada aquella crisis de identidad, en el reinado siguiente, el de Carlos IV, un Real Decreto (19 de Septiembre de 1798), establecida la venta, en pública subasta, de todos los bienes raíces de las cofradías, cuyo caudal se colocaría a un interés del 3% en Real Caja de Amortización , que a duras penas, siempre con déficit, se aproximaba a los ingresos anteriores. Pero pronto se olvidaría la Real Hacienda de aquella obligación que en el siglo siguiente en pocas ocasiones se hizo efectiva, dando lugar a una larga serie de infructuosas reclamaciones y lamentos, por la precaria situación económica en que quedaron estas asociaciones religiosas.
Aquellas viñas en el Casar, inmuebles en las calles de Nidos, Sande, Parras, Gallegos, Arco del Rey, Fuente Nueva Plaza Mayor, la Sierpe, Puerta de Mérida, hierbas de la dehesa de la Coraja y la huerta del Rol en la Ribera de Cáceres le habían venido produciendo el caudal suficiente para cumplir con sus obligaciones estatutarias.
A finales del siglo XVII sabemos que los hermanos de carga de la Vera Cruz tenían túnicas negras, mientras que los que llevaban hachas y velas las tenían “de cola”. La intromisión de los poderes civiles en la vida interna de las cofradías se hace incesante. Los corregidores asisten a las juntas generales de estas, cuando en ellas se iba a proceder a la elección de cargos o a la aprobación de cuentas.
Constituyendo esta asistencia un nuevo gasto, dado que la misma era pagada.
Por otra parte el poder civil apremia a las cofradías en el cumplimiento de antiguas Leyes, como la que estipulaba la sanción real para la aprobación de sus estatutos. De tal modo que se ven en la necesidad de redactarlos de nuevo, dando paso a las innovaciones que en sus unos se les habían impuesto. Así la cofradía que nos ocupa, la pionera en presentar nuevos Estatutos, los forma en su Junta General, celebrada el 28 de octubre de 1804, que debidamente informados por la Junta Suprema de Caridad y la Real Audiencia Provincial, fueron aprobados por el Real Consejo el 23 de junio de 1806.
Lo más novedoso del nuevo ordenamiento fue la desaparición de todo lo que se refería, en el anterior, a la práctica de la disciplina. Sin embargo se preveía celebrar una nueva procesión el día 3 de mayo, Fiesta de la Invención de la Cruz, con la imagen de Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, por haber sido ésta la que patrocinó en el Monte Calvario las excavaciones que dieron lugar al descubrimiento de la Cruz y otros instrumentos de la Pasión. También se asignaban treinta reales al Corregidor por cada vez que presidiera las juntas de la Cofradía. En 1804 se reparten entre la Comunidad Franciscana y los cofrades asistentes a la procesión 981 reales, en sustitución del agasajo que habitualmente se les ofrecía, por haberse reducido a dinero el que antes se daba en vino.
A pesar de la infelicidad reinante (que origina entre 1807 y 1808 la devolución de numerosas cartas de hermanos, a los que se les resarcía de su importe), se adquiere la actual Cruz de Guía, realizada en madera por Sebastián Paredes, pintada y barnizada por Tomás Hidalgo, siendo el platero Alonso León el encargado de confeccionar los remates y el título.
Por su parte se adquirió para la Ermita del Humilladero, que pertenecía a la Cofradía, una nueva imagen de Nuestra Señora, que sustituiría a “del Madroño”, reiteradamente mandada enterrar en las visitas episcopales.
Toda la vida de la Cofradía como la de la propia Nación se va a ver profundamente alterada con la Invasión Francesa. Las procesiones penitenciales de 1809 se suspenden ante la noticia, dada por el espía de la Junta Provincial, don Isidoro Montenegro , afirmando habían salido de Arroyo un contingente de tropas francesas con dirección a Cáceres.
Pero fueron sin duda los momentos más difíciles para la Cofradía, dentro de aquella Guerra, los vividos en 1811; del 12 de octubre a los últimos días de aquel mes. La ocupación de Cáceres por parte de las tropas de Girard, cuyas depredaciones parecieron incidir con más furor sobre los edificios religiosos, situados en las inmediaciones de la población y al borde de la Vía Lata, o Camino de Andalucía; así del Convento de San Francisco hubieron de sacarse las imágenes y otros efectos que se llevaron a la Ermita de la Soledad. Desgracias que no vinieron solas pues a ellas se sumó la suspensión del pago de los intereses devengados por las cantidades impuestas en la Real Caja de Depósitos.
Sin embargo en el transcurso de la Guerra de la Independencia se celebraron procesiones; así en 1811, aunque hubo de recurriese al arbitrio de pagar a dos hombres para llevar las imágenes del Jueves Santo, por lo que no nos extraña que en 1813 se exonerase a Agustín Solana del pago de la carta de hermano con la carga de llevar el Jueves Santo una de las imágenes del Señor del Huerto o de la Columna.
Si los invasores franceses se cebaron, en octubre de 1811, sobre el Convento de San Francisco, en otro octubre, el de 1823, fueron los parciales del empecinado los promotores de nuevos destrozos que no parece afectaron al patrimonio de la Cofradía de la Vera Cruz.
Pero en este cúmulo de desgracias llegó una nueva: la desamortización de Mendizábal. Por Real Orden de 11 de octubre de 1835, se clausuraba el Convento de San Francisco y la Cofradía de la Vera Cruz, tras más de trescientos años canónicamente establecida en él, se vio forzada a abandonarlo, para nunca más volver.
Para la procesión de 1837 el obispo diocesano ordenó la asistencia a la misma de todos los sacerdotes de las cuatro parroquias que así suplirían a los frailes del extinto convento franciscano.
Las Guerras entre Cristianos y Carlistas, entre Liberales y Tradicionalistas , obligaron a construir determinadas fortificaciones en la Plazuela de San Mateo, punto estratégico de observación y defensa, que impedían el tránsito de la procesión, obligada, en 1838, a salir desde Santa María, alterando su habitual itinerario.
En ese mismo año el Boletín Oficial de la Provincia, del sábado 3 de marzo, relacionaba los bienes del extinto convento de San Francisco, con vistas a su pública subasta, y entre ellos los pasos del Señor Orando en el Huerto y el del Atado a la Columna, especificando que los mismos se encontraban en la Ermita de la Soledad, sin que sepamos como se libraron de tal peligro.
Aquellas circunstancias y el consiguiente cambio de itinerario permanecieron en 1839. Mientras que en 1840, el año del hambre del XIX la pertinaz lluvia de aquel Jueves Santo obligó a suspender la procesión de esta Cofradía.
La asunción de la Beneficencia por el Estado dio lugar a la Ley de 2 de septiembre de 1840, que fue soslayada por la cofradía, defendiendo su pervivencia, al hacer constar que, entre sus obligaciones, la Cofradía tenia la de asistir a los entierros de los que mueren en el Hospital Civil (obligación que compartía, en turnos de tres meses, con la del Nazareno, Soledad y Caridad, lo que justificada su existencia en virtud de lo expresado en el artículo 6, disposiciones 1 y 2 de aquella misma ley).
Mientras, los obispos diocesanos seguían procurando la mayor solemnidad de la Procesión del Jueves Santo, disponiendo que los oficios de la tarde de dicho día se efectuasen tras la celebración de dicha procesión, a fin de que todo el clero parroquia asistiese a ella.
Los compromisos del Estado, relativos al pago de la renta del 3% procedente de los bienes depositado en la Real Caja de Amortizaciones, no se cumplían. Ello obligó a la Vera Cruz a nombrar un agente en Madrid, don Robustiano Boada, para que hiciese una serie de reclamaciones en la Dirección General de la Deuda Pública y demás dependencias del Estado.
En su procesión del Jueves Santo de 1880 presentó esta Cofradía una novedad digna de registrar: al consabido trompetero que habitualmente acompañaba musicalmente estos cortejos profesionales ( hasta los primeros años del presente siglo en que lo hacía uno de sobrenombre “Cantares” y de oficio enterrador). Se sumó una Banda de Música, la de la Excma. Diputación Provincia, formada con educandos procedentes de los Colegios Provinciales, y dirigida por don Francisco Cisneros. Cobrando por su asistencia 50 reales.
En este orden de cosas hay que destacar: La organización, también por los de la Vera Cruz, de un Miserere con orquesta incluida. Sin embargo la carencia de cofrades era evidente, al menos de personas pertenecientes al pueblo llano, lo que obligaba a gratificar con cinco pesetas a los encargados de portar las imágenes.
En los comienzos del presente siglo una serie de donaciones renuevan las imágenes de dicha Cofradía, así la del Señor Orando en el Huerto que desde talleres de Barcelona, donde fue tallada, llega a Cáceres en 1905.
Del mismo modo que en 1913, doña Adela Carvajal dona la talla de Jesús Amarrado a la Columna obra del escultor, de escuela madrileña, Francisco Font.
En 1935 se estrena el Paso del Beso de Judas o Prendimiento, procedente de Valencia. Durante muchos años fue el más monumental de los pasos de misterio de la Semana Santa Cacereña.
El 3 de mayo de 1953 se procesiona, por vez primera, la imagen de la Dolorosa de la Cruz, réplica de la vallisoletana de Gregorio Hernández, tallada por el escultor de la capital castellana por Antonio Vaquero y donada por el que fuera a lo largo de muchos años director espiritual de esta cofradía y párroco de San Mateo, don Santiago Gaspar.
Cuenta en la actualidad esta cofradía con ochocientos cuarenta y cinco hermanos que visten túnica morada, ceñida con cordones de lana roja y negra. Llevando los de escolta escapulario blanco con una gran cruz por delante y capuchón rojo que sustituyó en mil novecientos cincuenta y dos a los, desde hacía muchos años utilizados: Verdes, que escoltaban al paso del Señor Orando en el Huerto. Rojos al del Beso de Judas. Y morados al del Amarrado a la Columna.
Desde 1997 ha incorporado a su desfile procesional la imagen del Cristo de la Expiración, bella talla gótica del siglo XV. |