TRADICIONAL VISITA
A CÁCERES DE LA VIRGEN DE LA MONTAÑA
Año tras año, y ya van muchos, María, bajo
su advocación de Virgen de la Montaña, vendrá
a nosotros, para renovar su voluntario compromiso de protección.
Para recordarnos que sigue siendo mano salvadora y que sigue velando,
como Madre Nuestra, por todos sus hijos cacereños.
La Virgen de la Montaña vendrá, sí.
- Y como todos los años, su tradicional visita, agitará
la tranquila vida cacereña, gozosa de saber que, durante
once días, todo girará en torno a Ella.
- Como todos los años, suspirarán los angelotes y
querubes del Santuario, pesarosos por tener que soportar, durante
once días, la temporal ausencia de Su Reina.
- Como todos los años, durante once días, llorarán
la jara y el romero, celosos, como siempre, de las orquídeas
y claveles que acompañarán el camino de oración
de la Virgen.
- Como todos los años, durante once días, la sencilla
pero inmensa corte celestial que sobrevuela la pequeña Ermita,
enmudecerá entristecida ante el vuelo de La Paloma.
- Como todos los años, durante once días, el camino
de ilusiones, de esperanzas, de milagros como bien lo describiera
D. Francisco Acedo, se volverá cuesta fatigosa, al
faltar La Fuente que recompense el sediento corazón peregrino.
- Como todos los años, durante once días, se confundirá
Visita con visita en una entrega amorosa tan apasionada, que no
permitirá descubrir quien viene a quien, si Ella a nosotros
o nosotros a Ella.
- Como todos los años, durante once días, potenciará
la primavera su natural belleza, para convertirla en halo fresco
y revelarla en cautivadora sonrisa.
Y es ahí, en la sencillez de una sonrisa, donde se engrandece
la Virgen de la Montaña.
No intentemos descubrir en sus renovadas Andas de Plata, en sus
engalanados bordados o en su majestuosa Corona, el poder de la Virgen
de la Montaña. No. Todos estos abalorios, no son más
que muestras de cariño, justo agradecimiento, o privilegio
terrenal de una Reina. Pero nada, nada tienen que ver con María
de la Montaña. Su poder, el inmenso poder de la Virgen, reside,
paradójicamente, en todo lo contrario:
- Reside en su amable sonrisa, que siendo apenas perceptible es
capaz de cautivar los más duros corazones.
- Reside en la suavidad de sus rasgos, aniñados, pero capaces
de transmitir la mayor de las confianzas.
- Reside en su atrayente mirada, a caballo entre directa y perdida,
pero, como solícita Madre, siempre alerta y vigilante.
- Reside en la sencillez de su tamaño, tan sólo 58
centímetros, pero que llenos de amor, cada corazón
cacereño va multiplicando.
- Reside, en definitiva, en el Amor de la Virgen de la Montaña
hacia su pueblo cacereño.
El Amor. Sí. Otra vez el Amor. Siempre el Amor. Su mejor
razón, su mejor arma, su mejor sentido. Ese Amor en superlativo
que nos recuerda, día a día, que no debemos caer en
el mismo error de María de Magdala, buscando entre los muertos
a quien está Viva. Porque María de la Montaña,
la más grande y humilde de las criaturas, se hizo Imagen,
a golpe de oración; pero su Hálito, su verdadero Ser,
se halla entre nosotros, recreando su estancia en la sencilla, espontánea
y sincera manifestación de amor de los cacereños.
Y así:
María de la Montaña, ensalzará con
su presencia, la siempre jubilosa salida de Su Imagen, inspirando
el emocionado canto de bienvenida.
María de la Montaña, se sumará al piadoso
rezo de las mujeres del pueblo que acompañarán el
traslado de su Bendita Imagen.
Alentará el cansino paso a paso de los niños,
los hermanos más pequeños de su Cofradía, que
aunque ajenos, quizás, a su Presencia, sienten ya, el bálsamo
de su fragancia.
Mediará en la disputa apasionada, pero siempre cariñosa,
del Calvario, entre quienes ansían portar sus Andas.
María de la Montaña, se convertirá en
Rosa del Amparo, cuando llegada su Imagen a la pequeña Ermita,
transforme la sencilla ofrenda, en íntimo diálogo
entre Madre e Hijo.
Corresponderá a los espontáneos aplausos de
la Fuente del Concejo, alternando Oficialidad, con bulliciosa aglomeración
de cariño.
Se hará lluvia de pétalos en Caleros; armonioso
pentagrama en la Ermita del Vaquero; coro de campanas en Santiago;
y en la boca infantil del Boys Scouts, temblorosa petición
de deseos.
María de la Montaña, enamorará el sonido
de guitarras y bandurrias; y en la Plaza, donde convergen todos
los sentimientos, se hará LUZ, inmensa Luz, que reflejada
en su talla irradiará esperanza al emocionado corazón
cacereño.
Y si llegado a este punto, no hemos descubierto aún, la
sin par entrega de la Virgen de la Montaña, o acaso mi pobre
canto no ha servido, o no ha sabido expresar, con contundencia,
esa diferencia entre Su Visita y Su Presencia, dejemos, pues, que
sea nuevamente el amor quien nos hable. Que sea él quien
nos diga que mientras aclamamos el regreso de Su Imagen hacia Su
Santuario, María de la Montaña se queda entre nosotros.
Se queda en Santa María, cobijada en la lágrima
de la anciana, amparando el llanto de quien teme que su despedida
sea, quizás, la última.
A su paso por los Portales de la Plaza, se quedará
prendida en el cántico cansado, destemplado, pero sin duda
sentido, de nuestros mayores.
En la entrada de Fuente Nueva, se alojará en la oculta
y callada mirada de las Monjas de Santa Clara; para, más
abajo, confundirse con la fragancia de las flores que, dispuestas
en Mesa de Ofrendas, abastecen de perfume, al aire que las rodea.
Llegada a Santa Carlota anidará con la Paloma, y nos
indicará con su liviano vuelo, que su despedida en San Marquino
no será separación ni alejamiento.
Y llegada al Santuario, se impregnará de jara y de
madroño, de tomillo y de romero, de oraciones y promesas,
de alegrías y silencios, para tejer ese manto que traspasa
sentimientos y cobija sin descanso corazones cacereños.
Es en ese Templo de soledad agradecida, es en ese Centro de intimidad,
de palabras sentidas, donde el alma se desnuda, donde se cierran
heridas y donde, con limpia mirada, la oración se hace rima:
Reflejad en su Santuario
vuestros claros arreboles
¡y que la luz de mil soles
brille siempre ante su altar!
Que su santo culto sea
como la fe, vivo y ciego,
¡tan ardiente como el fuego,
tan profundo como el mar!
Joaquín M. Floriano Gómez
Secretario.
Pregonero del Novenario de 2.000.
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